NUESTRO TRAICIONERO LENGUAJE CORPORAL
Por Santiago Álvarez de Mon, en Ex.21-9.
En el difícil, largo, azaroso, proceso de conocernos a nosotros mismos, de descubrir quiénes realmente somos, de conocer los motivos verdaderos que nos inspiran, el bisturí incisivo y delicado de Hugh Prather nos puede resultar de enorme utilidad. En “Palabras a mí mismo” señala dos pistas muy valiosas. La primera fija la atención en reacciones desmedidas, juicios severos, sobre las carencias o defectos de los demás. A lo peor, en un elemental efecto proyección, vemos en ellos lo que más nos repugna de nuestra forma de ser. A la segunda señal, sutil, discreta, paradójica, dedico el resto de esta columna. Habla de interés, ilusión, voluntad, entusiasmo, carácter, coraje, fortaleza de ánimo. Sin embargo, reconocidas las ventajas y cualidades de una persona apasionada, deberíamos aprender a recelar de sus excesos. En el equilibrio está la virtud. ¿En qué circunstancias, sobre qué temas, con qué personas, sufrimos un secuestro emocional, la razón se retira y somos víctimas de nuestros instintos más viscerales? Nuestro lenguaje corporal, transparente, sincero, implacable, nos desnuda, poniendo en evidencia nuestras contradicciones y miedos más secretos. Estamos ante el ángulo ciego de una realidad tan querida, la nuestra, que a fuerza de cercana e íntima se torna desconocida. Cuando entre lo que decimos y lo que hacemos, entre lo que predicamos y practicamos, se abre un boquete sensible, nuestra credibilidad se resiente. Cuando medimos a los demás con una vara de medir distinta a la que usamos con nosotros, la confianza sufre, el crédito se agota. No hay discurso más elocuente que nuestro comportamiento, mensaje más demoledor que nuestras acciones.