EL BIEN SE HACER UN HUECO
Por Santiago Álvarez de Mon. Ex. 3-2-23
Dicho esto, y como no quiero vivir de espaldas a los vaivenes de una palpitante realidad social que nos interroga y exige, el miércoles vi en Antena 3 las noticias de la noche. Incrustado en la agenda habitual –tensión política, Ucrania, economía, las idas y venidas de una incoherente ley del sólo sí es sí…–, de repente una noticia captó mi atención. Resumo telegráficamente. Un incendio se declara en un inmueble de una calle de Sevilla. Ante el avance imparable de las llamas, una familia se asoma a la ventana para escapar de la tragedia. La cámara sigue a un padre intentando salvar a sus dos hijos pequeños. Hete aquí que surge oportuna la figura del buen samaritano. Un hombre que vive en el mismo edificio, tío cachas, fuerte, ante la pasividad de los que allí estaban, trepa por la fachada y alcanza la cornisa contigua. Estirando las piernas al máximo –un traspiés y se acabó todo–, se hace con un niño en sus brazos, depositándolo en lugar seguro. Ahora hay que ir a por el segundo hermanito, ¡éxito! Cuando toca el turno del padre, la situación se torna crítica. Éste salta al vacío, pero un colchón en la calle evita una desgracia mayor. Parece que el susto queda en la rotura de ambas piernas. Hasta aquí las andanzas de un supermán servicial, valiente, que literalmente se juega el cuello para salvar a una familia. Recordando la escena, una sensación de vértigo se apodera de mí. ¿Qué es lo más llamativo de una historia feliz? ¿En qué ángulo de la escena me quiero detener? El reportero que cubre la noticia entrevista a nuestro héroe, que, con una naturalidad y tranquilidad pasmosas, contesta las preguntas formuladas. ¿Cómo luce? ¿Su rostro refleja tensión, alivio? Imposible saberlo, él permanece todo el tiempo de espaldas a la cámara. Discreto y sencillo, quiere mantener anónima su identidad. La grandeza, la bondad, se cuelan en el telediario.