PORTAVOZ INFLUYENTE, SI ERES LO QUE DICES
Por Enrique Sueiro.
Lo primero es antes, así que portavoz que escucha bien, habla mejor e influye más. Escuchar para comprender y no solo para contestar es un hábito y, por tanto, no se improvisa. Además, supone una condición básica de la inteligencia contextual que permite ver más allá de lo inmediato, tangible y racional. Esta capacidad implica que, si no escuchas con el corazón, no diriges con la cabeza. La portavocía corresponde, formalmente, al profesional designado para ello, pero realmente afecta a todo empleado de cualquier empresa. Pertenecer a una organización es ser portavoz en potencia, incluso más creíble cuando la reputación corporativa se tambalea, como sucede en no pocas crisis. Con más motivo, la Alta Dirección ha de formarse en estas lides.
SOLO LA VERDAD COMUNICA. Tres ideas-brújula para ejercer la portavocía: saber que solo la verdad comunica, elaborar un mensaje conciso que transmita la idea clave y, ante asuntos delicados, interiorizar que trasciende tu respuesta, no su pregunta. Cabe recordar algunas pautas operativas para desenvolverse en entrevistas, discursos, charlas, debates, etc. Antes de intervenir, conocer bien la publicación o el programa, así como el tema en cuestión y otros asuntos colaterales que pueden surgir y generar tanto interés o más que el originario; saber lo suficiente de quién entrevista, de otros participantes en el mismo espacio/tiempo; tener claro si es en directo o grabado, duración final de programa editado o extensión del texto publicado, prever escenarios y preguntas delicadas; cuando es posible, elegir el lugar para el encuentro… Con toda esta información y cualquier otra que se pueda conseguir, hay que decidir si se accede o no a esa exposición pública. Salvo excepciones, conviene aceptar y prepararse a conciencia. (…)
La dimensión ética no debería ser un extra en ningún quehacer profesional, incluida la portavocía. Si solo la verdad comunica, mentir prostituye la comunicación. De ahí la vigencia de una frase atribuida a Quintiliano (siglo I d.C.): no trates de ser mejor orador que persona porque el público se dará cuenta. El clásico hispanorromano venía a concluir que un buen orador es una buena persona que habla bien. Nada menos. El artículo sigue en nuestra web www.gref.org, sección Artículos de Interés.