PERSONAS FALIBLES, NO FALLIDAS
Por Santiago Álvarez de Mon. Ex. 5 -3-21.
Aceptación humilde y serena. Máxima sabia a grabar para mentalidades perfeccionistas, atrapadas en una batalla interior contra sus carencias. Está bien ansiar lo mejor, abrazar la excelencia, reparar en los detalles, pulir los talentos, esforzarse al máximo, reinventarse constantemente, pero de ahí a rechazar nuestra frágil naturaleza media un abismo. Entre el ser ideal que soñamos y el que somos se abre una brecha que, si no gestionamos bien, nos conduce a la intolerancia, a la rigidez, al dogmatismo, a un viaje intelectual y moral agotador. No propongo la resignación pasiva de los vagos, de los frívolos, pero sí la aceptación humilde y serena de nuestra condición. Somos radicalmente limitados, vulnerables, llenos de zonas oscuras, la otra cara de una identidad dual, misteriosa, digna. El Covid debiera ser una lección magistral, dura, inolvidable, al respecto. Menos humos, dejemos de aparentar saberes, de regalar respuestas incompletas, de sortear preguntas incisivas, de pavonearnos ante los demás. En el linde entre la vida y la muerte, frivolidades, chulerías, las justas. Recuerdo a Ortega: “Vivir es saberse perdido, el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado a descubrir su auténtica realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo que el naufrago, buscará algo a que agarrarse, y esa mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz, porque se trata de salvarse, le hará ordenar el caos de su vida. Estas son las únicas ideas verdaderas, las de los náufragos. El que no se siente nunca perdido, se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad”.