LUIS MANUEL CALLEJA, PROFESOR DEL IESE
Por Santiago Álvarez de Mon. Ex. 24-7-2020.
Adscrito al departamento de Dirección Estratégica de la escuela, cualificado asesor de empresas, a su visión y comprensión general de los grandes problemas y desafíos que tiene planteados la empresa moderna, se unía una sensibilidad exquisita para las cuestiones éticas del arte de gobernar. Tres razones empujan mi pluma, me inspiran sentimientos sinceros de admiración y gratitud. La primera, la diversidad. Para Luisma la diversidad no era una cuota, una imposición, un desafío, sino una forma de estar, vivir, crecer, aprender, ser. El segundo motivo tiene que ver con su proverbial sentido del humor. A menudo, siempre oportuno, delicado, un chiste, un sucedido, una anécdota real, un chascarrillo, un apunte histórico, que te arrancaba una risa auténtica y que te permitía cambiar de dial mental. Con él era fácil relativizar casi todo, restar importancia a lo superfluo, aligerar una mochila personal cargada innecesariamente, centrarte en lo esencial, hasta reírte de ti mismo. Surgía como un movimiento espontaneo y natural. Siempre me ha parecido la nota diferencial de los grandes, de aquellas personas que entienden que la vida es una cosa tan seria que hay que tomársela con calma, con mucha humildad y serenidad. Nada frívolo, insustancial, Luisma se movía como pez en el agua entre bromas y veras, era capaz de cambiar de canal con una facilidad pasmosa. Mientras te hacía reír, te hacía pensar, un don que cultivó con gracia y naturalidad. Cosido a ese rasgo de su carácter, lógica consecuencia de su forma de entender la aventura de vivir, era su alegría. Desgraciadamente no están de moda el humor fino, elegante, la bondad, la alegría de vivir, el respeto, la tolerancia. De todas esas virtudes Luisma era un gran embajador, su sonrisa, su mejor tarjeta de visita, consecuencia de su sencillez, de saberse en paz con sus límites, de su capacidad para perdonar y perdonarse. Me lo imagino ahí arriba, enfrascado en un diálogo cómplice, divertido, entre risas y abrazos eternos. Se te echa de menos, querido colega, y mucho.