EL ALMA DE LA COMUNICACIÓN
Por Santiago Álvarez de Mon. Ex.25-6-21.
¿Cuándo las palabras salen a borbotones, fluyen ágiles, oportunas, cuándo expresan con claridad meridiana el mensaje que queremos trasladar? ¿Cuándo nuestro lenguaje corporal rezuma armonía, convicción, en perfecta simbiosis con los términos elegidos? ¿Cuándo razón y corazón, en este orden, trabajan coordinados, formando un tándem imbatible? La respuesta a las preguntas formuladas gira en torno a una cuestión nuclear, distintiva: la autenticidad del comunicador. Éste tiene que resolver la tensión entre la persona que somos y el personaje que representamos, entre la sustancia y la máscara. El gran poeta libanés Khalil Gibran celebra liberado: “Benditos los ladrones que me robaron mis máscaras”. Las que teóricamente nos protegen, las que paseamos en sociedad para dar el pego y no quedar excesivamente expuestos. Sólo si tenemos el coraje, la lucidez, la honestidad, la sencillez, de ser nosotros mismos, de expresarnos como tales, podemos generar confianza en los demás. Si las palabras son nuestras, originales, auténticas, si brotan desde nuestra libertad e independencia, desde la verdad de quienes somos, lucen todo su arsenal comunicativo. Expresadas con humildad y determinación a lo mejor se hacen respetar, despertando en los demás similar tono ético.