DEL FRACASO A LA PREPOTENCIA
Por Santiago Álvarez de Mon. Ex. 27-1-23.
Si queremos mejorar las condiciones de vida de la familia humana en su conjunto, ¿cuál es la primera tarea hacia la que debemos dirigir nuestra inteligencia y voluntad? Crear riqueza, conditio sine que non, y entonces, repartirla con criterios de equidad y justicia. En las democracias más asentadas y prósperas, el Estado, consciente de su transcendental papel, no sólo consiente, sino que promueve y reconoce el liderazgo y aportación del tejido empresarial. Luego vendrá la política fiscal de cada país para que nadie se quede tirado y todos contribuyan a una sana convivencia en común. Aquí, en lugar de fomentar y cultivar el espíritu emprendedor, la constitución y consolidación de empresas rentables, sólidas, capaces de competir en el ámbito internacional, de entrenar a nuestros jóvenes en el trabajo bien hecho, en la audacia para innovar y generar empleo, nos dedicamos a esparcir desconfianza, sospechando que detrás del éxito, de una cuenta de resultados saneada, se esconde alguna mano oculta, un capitalista insaciable. ¿Desde qué instancia ideológica se construye ese discurso? Mucho me temo que, desde una dialéctica materialista, nostálgica de la extinta Unión Soviética, que pese a su flagrante fracaso, sigue gozando de bula pontificia en muchos foros, tribunas y medios de comunicación.