ENTRE LA SOBERBIA Y LA INSEGURIDAD
Por Santiago Álvarez de Mon. Ex.15-10-21.
Thomas Buergenthal, víctima inocente del Holocausto nazi, escribe en su aleccionadora autobiografía, Un niño afortunado: “También supe, sin embargo, que no debía permitir que mi pasado tuviese un efecto destructivo sobre la nueva vida que estaba a punto de comenzar. Mi pasado inspiraría mi futuro y lo dotaría de significado”. Actitud sabia, valiente, le permite no quedar psicológicamente atrapado en un pasado torturante y alzar esperanzado el vuelo. En gran manera nuestras posibilidades de futuro dependen de nuestra relación con el pasado. Todos tenemos unas raíces, venimos de algún lugar, arrastramos una historia personal de la que no siempre somos conscientes. Algunas personas, olvidadizas, desmemoriadas, parecen desconocer capítulos importantes del libro de su vida. Lectura limitada, sesgada, parcial, invita a tropezar de nuevo en obstáculos teóricamente superados. Otras se instalan en la amargura, en el resentimiento, convirtiendo el pasado en un fardo inmenso y pesado de reproches, de excusas. Otros miran por el espejo retrovisor con nostalgia, añorando los instantes más dulces y sorteando los más amargos. La calidad de nuestra mirada retrospectiva, la capacidad de observación de nuestra propia realidad influyen de modo determinante en que el pasado sea fuente fértil de aprendizaje, o lastre gravoso que nos impide viajar ligeros de equipaje. Una gestión lúcida y honesta del pasado precisa de ser capaces, por una parte, de mirarlo de frente, sin filtros, dejando hablar a los hechos, y por otra, de aceptarlo íntegramente, con sus luces y sus sombras. No podemos acceder al mismo y cambiarlo, no tiene sentido juzgar una decisión, conducta de ayer, con la información, conocimiento y experiencia de hoy. Evaluar el pasado con la información del presente resulta estéril e injusto. Todo esto influye en nuestra confianza personal, en nuestra autoestima.