REBELIÓN EN EL BANCO ¡QUIÉN NOS IBA A DECIR QUE ALGÚN DÍA ECHARÍAMOS DE MENOS LAS VENTANILLAS Y LOS MOSTRADORES
Por Pedro García Cuartango en ABC.
No me gusta utilizar las páginas del periódico para satisfacer agravios personales, pero creo representar a cientos de miles de ciudadanos al denunciar el abandono y el mal trato de la banca a sus clientes, especialmente a los más ancianos.
El sistema financiero ha invertido cantidades ingentes de dinero en informatizar sus servicios. Y es cierto que hoy casi todas las gestiones se pueden hacer a través del teléfono móvil o del ordenador, lo cual es un avance si uno tiene acceso a la tecnología.
Ayer fui a recoger un certificado a la oficina de X, omitimos intencionadamente el nombre de la entidad, en Madrid. Es una instalación moderna, acogedora, sin ventanillas ni mostradores. Parecía la sala de espera de un aeropuerto.
Incluso hay una máquina de café que, por cierto, no funcionaba. Me puse a la cola para ser atendido. Vi a una anciana de unos 80 años que no era capaz de manejar el cajero ni de actualizar su libreta. Como había pasado un cuarto de hora y por allí no aparecía nadie, ayudé a la señora a realizar sus gestiones. Se fue dándome efusivamente las gracias.
Al cabo de unos veinte minutos, una amable señorita me invitó a pasar a una zona donde había mesas y sillas. Encontré allí siete u ocho personas que llevaban casi una hora esperando. Un hombre de unos 50 años salió a fumar tras decirme que había acudido para ingresar un cheque. Otra señora me apuntó que quería cancelar una tarjeta y que estaba allí desde hacía más de una hora.
Me dijeron que Mario, la persona a la que me habían remitido previamente, no estaba localizable y que esperara. Como me quejé en voz alta y con no muy buena educación, todos los presentes se sumaron a mi indignación y empezaron a desgranar sus quejas. Una joven exclamó que lo que había que hacer es retirar todos los ahorros de la entidad.
Tras una hora de espera, opté por abandonar la oficina. Nada más salir recibí la llamada de Mario, que me pidió que volviera. Me negué y le dije que el trato era una vergüenza. La explicación que me dio no podía ser peor: que yo no había pedido una cita previa con hora. O sea que, según su punto de vista, una anciana tiene que esperar dos o tres horas para que la actualice la tarjeta porque el personal está muy ocupado. ¿En qué?
Lo que ha sucedido es que la entidad X ha cerrado tres sucursales en un radio de quinientos metros y ahora no hay empleados para atender a los clientes. Al salir de la oficina, se me acercaron cuatro o cinco de los que esperaban en la cola para sumarse a mi enfado y quejarse del mal trato. Uno comentó que los bancos se iban a quedar sin clientela y que era mejor meter el dinero bajo el colchón.
Aquí lo dejo. ¡Quién nos iba a decir que algún día echaríamos de menos las ventanillas y los mostradores! Al menos había alguien detrás. Ahora no hay nadie